Mientras estaba en la ducha, Trini Menroto entró en el
lavabo para hacer un pisito. Cuando
iba a salir, después de lavarme el cuerpo y la cabeza y haberme enjabonado bien
el coño, aclarándolo con insistencia
con una buena presión de agua, Trini recién se incorporaba de la taza. Con una
mano me tendió la toalla mientras, con la otra, se aplicaba papel higiénico sobre
su rosada vulva. Recibí su obsequio mecánicamente mientras observaba atónita la
elegancia con que ella se limpiaba. Dejé caer la toalla y, desnuda y empapada,
acerqué mi mano a su vagina. Ella acogió mi gesto con agrado, abriendo un poco
más las piernas, enlazando sus brazos a mi cintura, jadeando levemente. Nos
besamos en los labios. Sentí el calor de su aliento. Me agaché. Husmeé en el vórtice de su gozo.
Introduje mi lengua sedienta en su coño. Ella clavó sus uñas en mi nuca, apretó
mi rostro hacia adentro. Gimió. Gemí. Me aparte un instante. Eché la
mirada hacia arriba buscando su complicidad. Una chispa de deseo me miraba
divertida desde las alturas. Las dos nos pusimos a reír. Me incorporé. Nos besamos
entre carcajadas. Recogí la toalla.
Ella se subió los pantalones. Un buen rato después íbamos juntas a casa de
Luca, un italiano que vivía en el Raval.
Fue hace mucho tiempo, cuando Trini y yo compartíamos piso
en el Born. Jamás follamos juntas,
aunque episodios así eran frecuentes. Desde entonces fantaseamos con un trío que nunca ha llegado a consumarse.
Sé que ella ha estado a punto alguna vez y por supuesto yo he participado en
varios, pero nunca con ella. Ahora vivo sola y follo mucho más que cuando vivía con Trini, sin embargo, echo de
menos esos tiempos de coqueteo fortuito, de profundas caricias casuales en momentos de relax cotidianos, el roce accidental con
otra piel mientras friego los platos o me maquillo frente al espejo. En estos momentos en que me embarga la nostalgia, caigo en una especie de sueño cálido,
mi cuerpo se contracciona suavemente y mi mano recorre lentamente el interior
de mis piernas o la superficie de mi abdomen hasta recogerse finalmente en la cueva húmeda en que reside el placer, en el verdadero hogar
del alma.
Sé que puede sonar extraño por todo lo que suelo explicar,
pero no soy de las que se masturba.
Suelo regodearme en la ducha con la alcachofa,
sobre todo si no tengo prisa, y alguna vez me rozo con cierta desenvoltura si me noto perlada o me excito por alguna razón. Pero no soy de tocarme hasta
el orgasmo, de recrearme en la
manufactura del placer. Si tengo ganas de follar salgo a la calle y follo. Sé muy bien donde tengo que ir
para encontrar lo que me apetece y sé muy bien como conseguirlo. Pero a veces
me invade un extraño sentimiento que
confundo con un calentón y me veo tocándome. Y entonces, comprendo que no me
valdrá con sólo rozarme o introducirme un dedo o dos; que debo seguir y seguir
y que no es follar con el primero que me erice los pezones lo que me apetece
realmente ni lo que aplacará mi deseo.
Suele ocurrirme cuando recuerdo momentos como estos junto a
Trini Menroto o a Mamén Melas (compartíamos piso las tres) o polvazos de mi
pasado (cuando el mundo me parecía diferente y creía que follar era algo más que un deporte)
o en los que yendo a por lo que iba me encontraba de pronto (o me encuentro)
con la satisfacción sorprendente de sentirme con un igual más allá de toda
explicación carnal. Es algo más que un calentón y a la vez no lo es
completamente. Es un abrazo cálido invisible, la chispa de deseo en los ojos
anónimos de alguien que además de querer follarme adora los supuestos sentimientos que mi
alma ansía o que él cree que mi alma ansía. Siento entonces una especie de necesidad pasajera. Siento (o creo
sentir) que lo que deseo es que alguien cuando me coma el coño no esté
simplemente comiéndome el coño, sino besando el epicentro de mi alma justo en
el lugar en que ella se encuentra más a gusto, en su hogar. Luego me corro y
comprendo que todo eso era realmente pasajero, que no tenía trascendencia alguna y que no era más que un calentón teñido de
sentimentalismos baratos. Entonces me doy cuenta de que efectivamente sí soy de
las que se masturba. Y es que los dedos a veces también se dan una putivuelta.
Basado en pechos
reales,
por CARMELA PELAS